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viernes, 4 de abril de 2014

¿Puede el corazón roto ser una causa de muerte?

LONDRES. (BBC Mundo). En 1986, una mujer de 44 años fue ingresada en el Hospital General de Massachusetts, Estados Unidos. Durante todo el día había estado bien, pero en la tarde sintió un dolor intenso en su pecho que se irradiaba hacia su brazo izquierdo. Un clásico signo de ataque cardíaco, pero lo desconcertante era que la mujer no sufría de enfermedades cardíacas. En las arterias que rodean el corazón no había coágulos que pusieran en riesgo su vida. Parecía un ataque al corazón, pero no lo era.
Al describir el extraño caso en la revista médica New England Journal of Medicine, Thomas Ryan y John Fallon sugirieron que la causa aparente del daño que había sufrido el músculo cardíaco era de origen emocional y no fisiológico. Ese mismo día, más temprano, la mujer había recibido la noticia de que su hijo de 17 años se había suicidado.
¿Es posible que la mujer haya sufrido de corazón roto? Resultó que la respuesta estaba a simple vista. Si bien el caso fue una sorpresa para los doctores de Massachusetts, en realidad no fue una novedad para otros. Durante muchos años los doctores han desechado la idea de una relación entre la psicología y la fisiología. En su libro “Soobiquity”, Kathryn Bowers y Barbara Natterson-Horowitz escriben que “para muchos médicos, la idea de que las emociones pueden causar eventos fisiológicos en el corazón era vista de la misma manera que la sanación con cristales o la homeopatía”.
“Los verdaderos cardiólogos sólo se concentraban en los problemas que podían ver: la formación de placa arterial, la aparición de trombos y émbolos, y la rotura de las arterias. La sensibilidad era una cuestión de psiquiatras”. No obstante, las evidencias de que las emociones intensas pueden afectar el corazón se remontan a décadas atrás, y no sólo a seres humanos. Los biólogos forestales y veterinarios fueron los primeros en relacionar las emociones intensas con problemas fisiológicos. Fueron los biólogos y veterinarios los primeros en observar que las emociones intensas pueden causar estragos en la fisiología del cuerpo.
A mediados del siglo XX, notaron que cuando un animal sufre un temor de muerte repentino ocurre algo curioso. Al ser capturado por un predador, la adrenalina llena el torrente sanguíneo a tal punto que puede convertirse en veneno, dañando los músculos del animal, incluido el corazón. Esto se llama “miopatía de la captura”. En 1974, el efecto era tan conocido para los veterinarios que incluso una carta publicada en la revista Nature, en la que se proponían maneras de evitarlo, ni siquiera se molestaba en explicar el término.
Los investigadores se habían dado cuenta de que capturar animales con propósitos científicos o de preservación tenía, irónicamente, consecuencias fatales.
De hecho, mientras que los médicos de Massachusetts intentaban descifrar aquel extraño episodio, aparentemente causado por razones emocionales, veterinarios ya habían observado casos de cardiomiopatías asociados al estrés en una enorme variedad de especies no humanas: alces, berrendos, alces americanos, ciervos, orix cimitarra, antílope, muntíacos, bisontes, gacelas, dugongos y pavos salvajes.
Desde entonces, esa lista se ha ampliado para incluir: antílopes africanos, órix, delfines, ballenas, patos, sisones, perdices, nutrias de río, grúidos y murciélagos, así como una variedad de aves costeras y loros perezosos. Los animales que son más propensos a la miopatía de captura son los pequeños mamíferos, ungulados, aves y primates ansiosos.
Aproximadamente a mediados de los años 90, cada vez más casos en humanos empezaron a insinuar la aparición de problemas fisiológicos por estrés. En 1995, los investigadores Jeremy Kark, Silvie Goldman y Leon Epstein descubrieron que la cantidad de israelíes que murieron por problemas cardíacos el 18 de enero de 1991 fue mayor que en cualquier otro día del mes anterior o de los dos meses posteriores, así como para el mismo período del año anterior.
Ese día empezó la Guerra del Golfo Pérsico y 18 misiles fueron lanzados hacia Israel desde Irak. En otras palabras, de acuerdo a este estudio, el aumento de la mortalidad no se debió a las lesiones causadas directamente por el ataque de misiles, sino que estuvo relacionado con eventos cardiovasculares que ocurrieron fuera del ámbito hospitalario. “La percepción de una situación inminente que amenazaba la vida era generalizada”, escribieron los investigadores en el Journal of the American Medical Association.
“Para protegerse de un ataque químico, se distribuyeron máscaras de gas y jeringas automáticas con atropina. En cada hogar había una habitación sellada. Las instrucciones de defensa civil fueron emitidas en los medios de comunicación”. Todo el país estaba cargado de ansiedad, y el temor de vida o muerte debido a los ataques de misiles fue más de lo que algunos pudieron soportar.
Corazón roto

Tener el corazón roto puede ser algo más que una expresión poética del dolor emocional.
En la década de 1990, investigadores japoneses acuñaron el término “cardiomiopatía takotsubo” para describir un aparente ataque cardíaco inducido por el estrés. Se llamó de esa manera porque la dilatación del ventrículo izquierdo característica de este tipo de cardiomiopatías hace acordar a un tipo de bote pesquero llamado takotsubo, que es utilizado para atrapar pulpos. Pero no fue hasta el año 2005 que la medicina empezó a tomar nota de las emociones como desencadenante de problemas fisiológicos, gracias a la publicación de un buen número de estudios.
Ese año se acuñó en la literatura médica el concepto de cardiomiopatía por estrés, a pesar de que varios médicos aún preferían llamarla takotsubo o alternativamente “el síndrome del corazón roto”. Así que si bien la tristeza o el rechazo no pueden necesariamente lastimarnos fisiológicamente, ahora existen pocas dudas sobre los efectos directos y cuantificables que las emociones pueden tener en nuestro cuerpo, y que incluso pueden conducir a una catástrofe cuando las cosas van a peor.

Es simplemente una pena que los médicos hayan tardado tanto en aceptar lo que los biólogos de fauna silvestre y veterinarios saben desde hace décadas.
Si este episodio nos enseña algo, es que los rasgos que compartimos con los animales son definitivamente más fuertes de lo que parece. Los puntos en común son múltiples, ya sea la capacidad de bailar, de gobernar en democracia o de atraer al sexo opuesto con perfume. Están escritos en la trama misma de nuestra biología.

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