LeBron James cierra los ojos, se echa sobre el banco de suplentes y piensa. Reflexiona. Analiza. Son segundos dentro de un minuto pedido por su entrenador. Los Cavaliers necesitan que la historia cambie, que las líneas que forman el esqueleto del guión se modifiquen para encontrar algo de luz al final del túnel. David Blatt habla y LeBron entiende que, para que todo cambie, es el paisaje el que debe modificarse. El elegido debe observar el todo por encima de las partes, el juego por encima de los individuos. Entonces, su cabeza decide el click, como si hacer lo que uno quiere fuese una simple decisión. Pero algo así parece, porque deja de ser un armador para transformarse en un todoterreno anotador. Acto seguido, vuelve a ser un armador de dimensiones estrambóticas. Luego juega debajo del aro. Se abre al perímetro. Defiende. Pasa la pelota. Ordena. Aconseja. Sufre. Festeja.
¿Anotador? ¿Pasador? ¿Jugador de rol? James es la versión por excelencia del básquetbol total. Una muñeca rusa capaz de hacerse grande o chica de acuerdo a lo que dictaminen las amenazas. Un camaleón escondido sobre el parquet. Un superatleta con la experiencia de un samurai y la sagacidad de un general a la hora de diagramar estrategias.
LeBron James no es el MVP de la actual temporada. Pero todos sabemos que se trata del rey sin corona. No sólo es el mejor jugador sino que hablamos del mejor alero de la historia del juego. ¿No les cae simpático? Olvídense de eso por un rato y reflexionen sobre lo que la realidad entrega: nunca jamás existió un jugador que domine física y mentalmente a sus rivales de la manera que lo hace el talento de Akron. No se trata de un elogio, es una mera realidad. Salvo por su preocupante 12-68 en triples esta postemporada -el menor porcentaje de tiros de tres puntos en un playoff entre jugadores con 60 intentos o más-, el resto ha sido pan comido para la estrella de la Liga.
Antes de empezar la temporada, LeBron tuvo una reunión con todos sus compañeros y dividió el trabajo en roles. Le explicó, a cada uno de ellos, lo que se necesitaba para ganar. Lo que el equipo necesitaba para que la rueda gire. "Nunca había tenido un rol específico: hacer algo determinado por todo el juego", dijo Shumpert a Ian Thomsen de NBA.com. "Haces esto y esto, y nosotros haremos el resto del trabajo".
"Me dijo que haga lo que venía haciendo en la NBA. Jugar duro, rebotear y defender, y cuanto tenga la pelota, definir cerca del aro", asegura Tristan Thompson.
Y esas asignaciones, agrega Thomsen, James las actualizó ingresando a la postemporada, con el éxito que todos hemos visto. En definitiva, no hay nada mejor en la persecución de un éxito que la división de responsabilidades, con objetivos y resultados. No se trata de tener los jugadores más talentosos, sino de tener a los jugadores que enriquecen a un equipo. Que lo hacen mejor, con todo lo que eso significa. El equilibrio, la aceptación y el paso atrás en función del paso adelante de un compañero, son rasgos que sólo tienen los campeones.
Los Golden State Warriors figuran en las casas de apuestas como los favoritos absolutos a ganar las Finales de NBA. No puedo culpar a quien escribe estas proyecciones, porque se trata de un equipo joven, rápido, talentoso y con profundidad para lastimar en todos los puestos. ¿Por qué creo entonces que Cleveland puede ganar el campeonato? Todo radica en el espíritu de su líder. James ha ganado la experiencia que no tenía cuando debutó en Finales allá por el año 2007, cayendo por paliza ante los San Antonio Spurs. Hoy es un jugador completamente distinto: ha relegado su instinto anotador para darle paso a su comprensión del juego. Es un rinoceronte con piernas de gacela, que sabe extraer de cada uno de sus compañeros lo mejor para obtener el triunfo, no sólo a corto plazo, sino a gran escala.
Quizás lo mejor que le ha pasado a James esta temporada -y que habla en grande de su madurez- son los méritos que obtuvo por fuera de sus números. Supo amalgamar un equipo con un entrenador debutante en la NBA (David Blatt), perdió a una de sus estrellas en postemporada (Kevin Love) y domesticó a un caballo furioso como J.R. Smith. Incluso vio como noche a noche se aclaraba el traje de Anderson Varejao por usarlo de manera ininterrumpida desde diciembre. En ese proceso, no escuchamos a James esgrimir una sola excusa. Al contrario, se puso los guantes, el overol y mejoró lo que tenía alrededor. Como si de una obligación se tratase.
Hay una combinación que juega a favor de los Cavaliers en estas Finales: tienen la experiencia y van de punto. Los Warriors han hecho un campeonato fantástico pero no saben mucho de esta clase de instancias, en las que la presión de tener todo a la vuelta de la esquina juega y mucho. LeBron jugará su quinta final de NBA consecutiva, siendo el noveno en conseguirlo en la historia -y el único que no fue miembro de los Celtics de 1950-60-. Buscará, en su polémico retorno, devolverle a Cleveland la alegría de 50 años sin títulos en deporte profesional (la última vez fue con los Browns cuando conquistaron la NFL en diciembre de 1964). Un dato llamativo de esta definición: el último coach debutante ganador de título fue Pat Riley en 1982. Tanto Blatt como Kerr, rookies en 2014-15, competirán por ver quien lo acompañará en la vitrina de notables al cierre de estas Finales.
Honestamente, los kilómetros recorridos dictan que no importa lo que ha pasado en temporada regular para entender lo que puede ocurrir ahora. Ni siquiera lo que pasó en las series de playoffs anteriores. Cuando se juega una definición de campeonato, no hay mañana. Es el hoy y ahora. No se trata de cuánto puede golpear quien lo hace primero, sino de cuanto puede soportar quien sufrió la primera caída. Así perdieron -y luego ganaron- los Spurs en las últimas dos definiciones de campeonato. De eso se tratará cuando Oakland haga sonar la campana para dar rienda suelta a todas las emociones con el Juego 1.
Dicen los números que el ganador del primer juego de las Finales NBA gana el 70.6% de las definiciones (48-20). Sin embargo, LeBron está 0-3 en todos los juegos 1 de Finales que jugó fuera de casa.
Podríamos pasarnos la vida con estadísticas llamativas que se contradicen. Por eso, yo apuesto a que el diferencial sea la experiencia. Equivocado o no, me sentaré a disfrutar de una de las Finales más atractivas de los últimos años.
Sin más palabras, que comience la función.
Bruno Altieri
¿Anotador? ¿Pasador? ¿Jugador de rol? James es la versión por excelencia del básquetbol total. Una muñeca rusa capaz de hacerse grande o chica de acuerdo a lo que dictaminen las amenazas. Un camaleón escondido sobre el parquet. Un superatleta con la experiencia de un samurai y la sagacidad de un general a la hora de diagramar estrategias.
LeBron James no es el MVP de la actual temporada. Pero todos sabemos que se trata del rey sin corona. No sólo es el mejor jugador sino que hablamos del mejor alero de la historia del juego. ¿No les cae simpático? Olvídense de eso por un rato y reflexionen sobre lo que la realidad entrega: nunca jamás existió un jugador que domine física y mentalmente a sus rivales de la manera que lo hace el talento de Akron. No se trata de un elogio, es una mera realidad. Salvo por su preocupante 12-68 en triples esta postemporada -el menor porcentaje de tiros de tres puntos en un playoff entre jugadores con 60 intentos o más-, el resto ha sido pan comido para la estrella de la Liga.
Antes de empezar la temporada, LeBron tuvo una reunión con todos sus compañeros y dividió el trabajo en roles. Le explicó, a cada uno de ellos, lo que se necesitaba para ganar. Lo que el equipo necesitaba para que la rueda gire. "Nunca había tenido un rol específico: hacer algo determinado por todo el juego", dijo Shumpert a Ian Thomsen de NBA.com. "Haces esto y esto, y nosotros haremos el resto del trabajo".
"Me dijo que haga lo que venía haciendo en la NBA. Jugar duro, rebotear y defender, y cuanto tenga la pelota, definir cerca del aro", asegura Tristan Thompson.
Y esas asignaciones, agrega Thomsen, James las actualizó ingresando a la postemporada, con el éxito que todos hemos visto. En definitiva, no hay nada mejor en la persecución de un éxito que la división de responsabilidades, con objetivos y resultados. No se trata de tener los jugadores más talentosos, sino de tener a los jugadores que enriquecen a un equipo. Que lo hacen mejor, con todo lo que eso significa. El equilibrio, la aceptación y el paso atrás en función del paso adelante de un compañero, son rasgos que sólo tienen los campeones.
Los Golden State Warriors figuran en las casas de apuestas como los favoritos absolutos a ganar las Finales de NBA. No puedo culpar a quien escribe estas proyecciones, porque se trata de un equipo joven, rápido, talentoso y con profundidad para lastimar en todos los puestos. ¿Por qué creo entonces que Cleveland puede ganar el campeonato? Todo radica en el espíritu de su líder. James ha ganado la experiencia que no tenía cuando debutó en Finales allá por el año 2007, cayendo por paliza ante los San Antonio Spurs. Hoy es un jugador completamente distinto: ha relegado su instinto anotador para darle paso a su comprensión del juego. Es un rinoceronte con piernas de gacela, que sabe extraer de cada uno de sus compañeros lo mejor para obtener el triunfo, no sólo a corto plazo, sino a gran escala.
Quizás lo mejor que le ha pasado a James esta temporada -y que habla en grande de su madurez- son los méritos que obtuvo por fuera de sus números. Supo amalgamar un equipo con un entrenador debutante en la NBA (David Blatt), perdió a una de sus estrellas en postemporada (Kevin Love) y domesticó a un caballo furioso como J.R. Smith. Incluso vio como noche a noche se aclaraba el traje de Anderson Varejao por usarlo de manera ininterrumpida desde diciembre. En ese proceso, no escuchamos a James esgrimir una sola excusa. Al contrario, se puso los guantes, el overol y mejoró lo que tenía alrededor. Como si de una obligación se tratase.
Hay una combinación que juega a favor de los Cavaliers en estas Finales: tienen la experiencia y van de punto. Los Warriors han hecho un campeonato fantástico pero no saben mucho de esta clase de instancias, en las que la presión de tener todo a la vuelta de la esquina juega y mucho. LeBron jugará su quinta final de NBA consecutiva, siendo el noveno en conseguirlo en la historia -y el único que no fue miembro de los Celtics de 1950-60-. Buscará, en su polémico retorno, devolverle a Cleveland la alegría de 50 años sin títulos en deporte profesional (la última vez fue con los Browns cuando conquistaron la NFL en diciembre de 1964). Un dato llamativo de esta definición: el último coach debutante ganador de título fue Pat Riley en 1982. Tanto Blatt como Kerr, rookies en 2014-15, competirán por ver quien lo acompañará en la vitrina de notables al cierre de estas Finales.
Honestamente, los kilómetros recorridos dictan que no importa lo que ha pasado en temporada regular para entender lo que puede ocurrir ahora. Ni siquiera lo que pasó en las series de playoffs anteriores. Cuando se juega una definición de campeonato, no hay mañana. Es el hoy y ahora. No se trata de cuánto puede golpear quien lo hace primero, sino de cuanto puede soportar quien sufrió la primera caída. Así perdieron -y luego ganaron- los Spurs en las últimas dos definiciones de campeonato. De eso se tratará cuando Oakland haga sonar la campana para dar rienda suelta a todas las emociones con el Juego 1.
Dicen los números que el ganador del primer juego de las Finales NBA gana el 70.6% de las definiciones (48-20). Sin embargo, LeBron está 0-3 en todos los juegos 1 de Finales que jugó fuera de casa.
Podríamos pasarnos la vida con estadísticas llamativas que se contradicen. Por eso, yo apuesto a que el diferencial sea la experiencia. Equivocado o no, me sentaré a disfrutar de una de las Finales más atractivas de los últimos años.
Sin más palabras, que comience la función.
Bruno Altieri
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