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jueves, 11 de febrero de 2016

Relato sexual de una mujer "Queria sexo no amor"

Relato sexual de una mujer
Con un clítoris al rojo vivo y unas paredes vaginales dispuestas para el invitado, el sexo se presumía de primera división.

Él era mi hombre o al menos así lo deseaba yo. Alto, moreno, de cejas tupidas sobre unos ojos verdes grandes y una sonrisa amplia y pícara. Elegante siempre, en cualquier circunstancia, e inaccesible también. O eso parecía.
Lo quería, no por amor, quería su sexo. En el baño de ese bar de sábado por la noche o en la calle oscura de las 3 de la madrugada, en mi coche o en el portal de su casa. Daba igual. El deseo no entiende de prolegómenos ni de cortejos, al menos ese deseo irracional que dominaba mi cuerpo y mi mente.
Perdí la cuenta de las veces que mordisqueé mi labio mientras lo miraba en la distancia imaginándome desnuda, lamida por él, torpe y lujuriosamente.Ya ni se cuántos fueron los cruces de mirada que protagonizamos sábado tras sábado. Solo una mirada para soportar una semana entera. Demasiado castigo para un cuerpo tan braseado. Lo del fuego lento no me iba en absoluto, ya no.
Y como toda terquedad tiene su recompensa la mía llegó del modo más sorprendente. Un sencillo “me acercas a casa” tras una noche de farra puede dar lugar a escenas que anidarán recuerdos por mucho tiempo. Y ese "me acercas a casa" que me dedicó derivó en un trayecto con parada en la cuneta de una carretera secundaria.
Estaba amaneciendo pero la luz del día aún no había conquistado todo el terreno allá arriba y por supuesto, tampoco abajo, donde nos encontrábamos nosotros, apiñados en los asientos de atrás de mi coche.
Besaba tal y como me había imaginado: carnoso, húmedo, sensual, delicioso. Tal y como estaba mi sexo en ese momento en que resbaló su mano entre mi pantalón, rozando levemente con la palma de la mano mi vientre, colándose luego dentro de mis bragas y acariciar así mi clítoris para después introducirse con rapidez en mi vagina totalmente complacida.
Aún llevábamos la ropa puesta pero para lo que yo quería no necesitaba desprenderme de muchas cosas. Desabroché con las dos manos su cinturón, después el botón de sus vaqueros y bajé la cremallera. Todo rápido, veloz, casi diría que hasta brusco.
Él había liberado a su dedo aventurero de mi interior y su mano se hallaba ya acariciando uno de mis pechos, mientras con la otra desabrochaba de manera muy hábil mi sujetador. Esa sensación de soltura y rebosamiento cuando los pechos quedan libres de la presión de la ropa interior dura a penas unos segundos pero es sumamente placentera, más aún cuando la siguen las caricias de dos manos ansiosas por sentir su tacto.
La luz que traía ese día que comenzaba ya nos dejaba más expuestos en esa cuneta de una carretera secundaria, pero habíamos llegado lo suficientemente lejos como para parar ahora, me negaba a volver a las miradas cruzadas en un bar y el mordisqueo de un labio suplicante.
El asombro del que hablaba antes, fruto de toda terquedad, llegó después de arrastrar sus pantalones ya desabrochados por ese culo bien formado y empaquetado con mimo en unos calzoncillos blancos tipo slip. Mi primera caricia dirigida hacia su pene, con los slip aún puestos, reafirmo lo que mi cuerpo llevaba tiempo pidiendo, sexo de primera división. Ese pensamiento fugaz se desvaneció con la misma rapidez que su miembro firme, potente y prieto. A mi primera caricia respondió con una eyaculación que dejó mojados sus slip y quebradas las ganas instaladas en mi interior, con un clítoris al rojo vivo y unas paredes vaginales dispuestas para el invitado.
La luz se adueñó del entorno por completo y sólo nos quedó mirarnos a los ojos, como otras veces habíamos hecho en la oscuridad. La terquedad deviene en sorpresas que a veces es mejor no descubrir.
Tomado de:http://www.mundiario.com/

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