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miércoles, 27 de septiembre de 2017

Víctima de esclavitud sexual: Tres horas después de un aborto tuvo que atender a un cliente en prostíbulo

NUEVA YORK. Subió al pódium acompañada de una mujer que le servía de apoyo. Cuando miró al público comenzó a llorar. En el inmenso salón de la Asamblea General de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) no pudo ocultar la carga que lleva consigo por ser sobreviviente de tráfico humano y víctima de esclavitud sexual.
Grizelda Grootboom, una sudafricana de piel morena, entonó un breve canto en un idioma local cuyo título en español sería “Bendecida”. Después de hacerlo, se confortó y pudo comenzar a contar su testimonio ante un salón en el que los presentes analizaban el tráfico y trata de personas a nivel global.
“Crecí en la calle, en Ciudad del Cabo”, narró. Cuando era niña, buscaba el ideal que también perseguía Nelson Mandela, de una mejor vida llena de esperanzas, con vivienda, alimentos y libertad.
“Pero esa libertad todavía nos llevó tiempo a todos los niños callejeros. Mi camino acabó en las manos de alguien que sabía que yo buscaba desesperadamente la esperanza y la libertad”, dijo Grizelda.
Esa persona era una amiga que, según contó, decidió tomar esa esperanza y convertirla en una pesadilla. “Me convirtió en objeto de tráfico hasta llegar a Johannesburgo”, dijo.
Llegaron a una casa donde ella consideró que sería el mejor cambio de su vida, hasta que un día, mientras dormía en un cuarto vacío, se despertó por una patada en su estómago.
“Pensé que me había equivocado de casa, intenté gritar pero empezaron a presionarme la boca y los ojos, a desvestirme y a inyectarme una droga con la que mi sangre se volvió tan líquida que no podía ni oír lo que estaba ocurriendo”, recordó.
Tenía la ilusión de que su amiga volviese, pero se dio cuenta de que no iba a ocurrir cuando el primer cliente llegó y le dijeron: “Carne fresca, del mercado”.
Estuvo en ese lugar hasta que la echaron de la casa a mitad de la noche; la habían cambiado por una muchacha más joven. No conocía las calles de Johannesburgo, la ciudad más grande y poblada de Sudáfrica.

“Tuve un aborto allí mismo. Al cabo de tres horas me pidieron que volviera al trabajo, tuve que utilizar mucho algodón para no sangrar con el cliente”.

A partir de los 18 años y hasta los 26 estuvo en clubes de todo tipo y con hombres de niveles económicos distintos, andando de una provincia a otra. Se habituó a la industria. “Sabía que si uno complacía a la madame y al proxeneta todo el mundo estaba contento”, afirmó.
Grizelda se embarazó de una niña. “Al cabo de seis meses mi madame dijo que ya, ya sabes que este tipo de criatura no es bienvenida en esta industria. Inmediatamente tuve un aborto allí mismo. Al cabo de tres horas me pidieron que volviera al trabajo, tuve que utilizar mucho algodón para no sangrar con el cliente. En ese mismo instante supe que la vida que pensé que iba a tener me había sido arrebatada y que no me merecía la atención de salud ni vivir”, contó.
Su estado emocional era tan complejo, que en ese momento se negó a atender al próximo cliente. “Me llevaron al sótano, me apalearon y me devolvieron a Johannesburgo. Me desperté en un hospital al cabo de un mes y empezó mi año de rehabilitación”, indicó.
Así, comenzó su salida del mundo de la prostitución. “Fue dificilísimo ese trayecto porque todo el mundo pensaba que yo quería ser esclava sexual, no tenía identidad, todo el mundo me conocía en mi desnudez. En cada puerta a la que llamé a los 27 años, pensaban que era culpa mía el haberme convertido en esclava sexual”, contó con pesar.
Como pensó que no iba a tener éxito en la sociedad, volvió a donde los proxenetas para convertirse en su narcotraficante de una ciudad a otra, hasta que pudo volver a Ciudad del Cabo, su pueblo natal. “Ahí es donde empecé de nuevo mi trayectoria para salir de ese tráfico”, expresó.
Mientras estaba parada frente a un salón lleno de sillas y alfombras de color verde, el logo de la ONU a sus espaldas y dos pantallas a ambos lados que replicaban su figura en una transmisión simultánea, Grizelda tenía en su mente las imágenes de las niñas que ha conocido.
“Me siento afortunada de estar viva, es una bendición tener salud, pero no es una bendición ver los titulares cada vez que veo que otra jovencita es sujeto de tráfico”, manifestó.
“La industria del tráfico sexual genera tanto dinero en una sola hora que a veces pensamos que a los 18 o 21 años ya ni siquiera estaríamos con vida. Cada día mi salud me recuerda que fui una esclava sexual debido a los distintos males como el VIH, las jaquecas”, agregó.
A su juicio, a los compradores no les interesa la edad o el color, mientras sea una niña o una mujer. “La esclavitud sexual en nuestra sociedad, desde el punto de vista económico, es lo único que va en aumento, cada niña o mujer pierde la dignidad”, aseguró.
Grizelda se identifica como una sobreviviente del tráfico humano y la prostitución. Su vida la compiló en un libro titulado “Exit!”. Terminó su discurso con palabras de esperanza, esas que la mueven a ser una activista que procura que otras no sean esclavas sexuales. Fue aplaudida por los presentes. Caminó hacia un costado del salón y se sentó entre dos mujeres, que la confortaban nuevamente, pues volvió a llorar.

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