Reportaje de Listín Diario Yo trabajo como secretaria en el día, pero el dinero no me alcanza y por eso de noche hago esto.
Así se sinceriza con su acento venezolano y mirada esquiva, aquella mujer que se identifica simplemente como “La Dalia”, de tez blanca y poca vestimenta, y que ingiere cerveza a pico de botella frente a periodistas del LISTÍN DIARIO, que a modo de infiltrados, compartieron con ella en uno de los tantos establecimientos de bebidas alcohólicas de la capital, donde las trabajadoras sexuales, especialmente las extranjeras, son el plato fuerte de la noche.
Desde que el cliente entra al local se encuentra con los tubos de estriper y el juego de luces que montan una escena erótica y un espectáculo que emula adrenalina entre todos los presentes.
Al sentarse en una de las mesas, entre seis y siete mujeres lo rodean de inmediato como si de un menú se tratara. La gran mayoría de ellas utiliza lencería y se tapan a medias sus partes íntimas. Mientras que unas pocas andan con los senos al desnudo.
Cotidianidad
Ante la clara comercialización del sexo, un camarero muestra las bebidas y sus precios en presencia de esas mujeres que observan detenidamente qué tipo de alcohol pagarán los consumidores. De ahí sacan sus conclusiones sobre lo potable que sería quedarse en esos alrededores o buscar otros ingresos en otra esquina del bar. “Con tan solo mirarlos un poco y ver lo que piden, sabemos cómo son ustedes y qué quieren de nosotras”, expresa La Dalia.
Ante la clara comercialización del sexo, un camarero muestra las bebidas y sus precios en presencia de esas mujeres que observan detenidamente qué tipo de alcohol pagarán los consumidores. De ahí sacan sus conclusiones sobre lo potable que sería quedarse en esos alrededores o buscar otros ingresos en otra esquina del bar. “Con tan solo mirarlos un poco y ver lo que piden, sabemos cómo son ustedes y qué quieren de nosotras”, expresa La Dalia.
Allí mayormente concurren personas con edades entre 40 y 50 años, casi todos hombres que andan en grupos.
Otros que van en solitario se sientan con una de ellas y transcurre toda la noche hablando e ingiriendo ron, cerveza o whisky, sin terminar la noche en la cama pero brindando de todas formas una suculenta propina.
Los precios para obtener sexo no varían: son 5,000 pesos por cada una de ellas. La única diferencia es el horario ya que si el cliente no tiene intenciones de sacar a la trabajadora sexual del bar, solo tendría una hora de placer en el mismo establecimiento, donde hay escalinatas que conducen a varias habitaciones en la segunda planta, la cual está incluida dentro del monto a pagar. No obstante, quien quiera trasladarse con la mujer a otro lugar más privado y fuera del local, solo dispondría de dos horas con la dama por el mismo precio.
La Dalia es venezolana, pero confiesa que entre sus compañeras de trabajo hay colombianas, puertorriqueñas y haitianas; además de dominicanas.
Según dice, huyó de su país natal hace tres años debido a la crisis y al hambre que se está padeciendo en su nación bajo el régimen socialista de Nicolás Maduro.
En República Dominicana no tiene familia ni casa, por lo que ha convertido su lugar de trabajo nocturno en su vivienda, y el propietario de esta en su única familia.
Al igual que ella, otras mujeres conviven ahí al no tener parientes cercanos o amigos. También, muchas poseen trabajos formales en el día y sus secretos pasan desapercibidos en otro ambiente laboral de saco y corbata, distinto al de carne y poca ropa que cada noche suelen estar.
Escrito por: Dalton Herrera
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