Por Katia D Artigues
Se trata sencillamente de un circulo que tiene más de vicioso que de virtuoso. El poder que un politico posee, excita a los demás. Que los demás se exciten con uno, es sumante excitante. El resultado: más de un revolcón fuera de lugar.
Antes que nada, dejemos algo muy claro que todos y todas sabemos: una cosa es tener sexo –como uno quiera– con el consentimiento del otr@ y otra cosa, muy diferente, es forzar a alguien, quien sea, a tener sexo.
Estoy plenamente consciente, además que escribo esto en Playboy, por si fuera poco. Y que en estas páginas soy, quizá, la única mujer plenamente vestida. Tener sexo como uno quiera es una libertad; forzar a alguien, un delito. No es no y punto. Sin importar la vestimenta o falta de vestimenta de quien lo diga.
Lo escribo porque por estos días nos cuestionamos mucho –y nos cuestionaremos más, por lo visto frente a las campañas electorales—la relación entre dos palabras: sexo y política. O quizá, la relación que tiene el poder y su ejercicio público con el sexo, una actividad privada… ¿qué quizá influye en lo público?
Empecemos por el caso que ha cimbrado al mundo estos últimos días. Viene de Francia, un país en el que históricamente lo que sus líderes políticos hagan en la cama les tiene sin cuidado, no como en otros países –caso Estados Unidos—donde una falta a una “moral pública” –por ejemplo, la infidelidad o la contratación de escorts- es severamente cuestionada y ha provocado muchos ángeles caídos del paraíso del poder.
El hombre en cuestión se llama Dominique Strauss-Kahn. Era, hasta hace muy poco, el presidente del Fondo Monetario Internacional y uno de los candidatos del socialismo a contender en las elecciones francesas programadas para el 22 de abril del 2012. El pasado 15 de mayo fue acusado de intento de violación por parte de la camarera que atendía su habitación en un hotel de Nueva York, por la que pagó 3 mil dólares por noche. Tras su detención a punto de abordar un avión con destino a Francia, otras acusaciones a la luz: al menos tres más…
El proceso está en curso. A Strauss-Kahn lo defiende su mujer, la famosa periodista Anne Sinclair… con argumentos que recuerdan a Hillary Clinton en el affaire de su esposo, Bill, con Monica Lewinsky. No cree en las acusaciones contra su marido. Y eso que sabemos que la pareja Strauss-Kahn/ Sinclair ha tenido problemas porque las infidelidades de él han sido públicas.
Strauss-Kahn, por cierto, salió de la cárcel tras pagar una fianza de un millón de dólares. Como sea será vigilado.
Ahora, ¿cuál fue la reacción de los franceses ante esto? Sorprendente: el político, según el diario Le Monde, tiene exactamente la misma aceptación a nivel electoral que antes del escándalo. Los números de su partido, del cual no es el único candidato, permanecen intactos. Y más aún: existen versiones populares de que todo esto no es más que un “complot de Estados Unidos”.
Ahora pasemos a Estados Unidos y situémonos en 2004. En un caso escandaloso, pero opuesto en el sentido de que fue una relación consensual: ya a toro muy pasado, tras casi perder la Presidencia en 1998, Bill Clinton confesó en el programa 60 minutos la razón de su affaire con Monica Lewinsky. Y su respuesta es muy interesante: “Creo que hice algo por la peor razón posible: porque podía”.
Clinton tuvo una relación sólo porque podía; porque el poder se lo permitía, se lo puso en bandeja de plata. Lo que me lleva a relacionarlo directamente con otra frase de un conocidísimo e influyente político también estadounidense famoso por este dicho: “El poder es el máximo afrodisíaco”. Lo dijo Henry Kissinger, secretario de Estado de Richard Nixon y Gerarld Ford, que no era precisamente el hombre más guapo del mundo… pero que tenía mucho pegue con las mujeres.
El poder y su relación con el sexo es algo que poco se ha investigado. Perteneciente a la esfera de lo privado, lo interesante es preguntar si la exposición pública y el acceso a una posición de poder hacen a un hombre -¿o a una mujer?—más atractivo sexualmente y más dispuesto a tener relaciones sexuales sólo “porque puede”. Se trata de la forma en que esto influye en la psique del hombre o mujer poderosa, por un lado, pero también a nivel social.
¿Serán los políticos más sexosos que nosotros los simples mortales? ¿O sólo es que están más expuestos al escrutinio público? ¿Los y las mexicanas los encontramos más sexys por tener poder?
Queda claro que cada sociedad ante un escándalo así –incluso uno que pudiera ser un delito—reacciona diferente. Los mexicanos, ¿cómo reaccionaríamos en caso de que un candidato presidencial se viera envuelto, valga la expresión, en un escándalo sexual que lo desnude por completo?
Se trata sencillamente de un circulo que tiene más de vicioso que de virtuoso. El poder que un politico posee, excita a los demás. Que los demás se exciten con uno, es sumante excitante. El resultado: más de un revolcón fuera de lugar.
Antes que nada, dejemos algo muy claro que todos y todas sabemos: una cosa es tener sexo –como uno quiera– con el consentimiento del otr@ y otra cosa, muy diferente, es forzar a alguien, quien sea, a tener sexo.
Estoy plenamente consciente, además que escribo esto en Playboy, por si fuera poco. Y que en estas páginas soy, quizá, la única mujer plenamente vestida. Tener sexo como uno quiera es una libertad; forzar a alguien, un delito. No es no y punto. Sin importar la vestimenta o falta de vestimenta de quien lo diga.
Lo escribo porque por estos días nos cuestionamos mucho –y nos cuestionaremos más, por lo visto frente a las campañas electorales—la relación entre dos palabras: sexo y política. O quizá, la relación que tiene el poder y su ejercicio público con el sexo, una actividad privada… ¿qué quizá influye en lo público?
Empecemos por el caso que ha cimbrado al mundo estos últimos días. Viene de Francia, un país en el que históricamente lo que sus líderes políticos hagan en la cama les tiene sin cuidado, no como en otros países –caso Estados Unidos—donde una falta a una “moral pública” –por ejemplo, la infidelidad o la contratación de escorts- es severamente cuestionada y ha provocado muchos ángeles caídos del paraíso del poder.
El hombre en cuestión se llama Dominique Strauss-Kahn. Era, hasta hace muy poco, el presidente del Fondo Monetario Internacional y uno de los candidatos del socialismo a contender en las elecciones francesas programadas para el 22 de abril del 2012. El pasado 15 de mayo fue acusado de intento de violación por parte de la camarera que atendía su habitación en un hotel de Nueva York, por la que pagó 3 mil dólares por noche. Tras su detención a punto de abordar un avión con destino a Francia, otras acusaciones a la luz: al menos tres más…
El proceso está en curso. A Strauss-Kahn lo defiende su mujer, la famosa periodista Anne Sinclair… con argumentos que recuerdan a Hillary Clinton en el affaire de su esposo, Bill, con Monica Lewinsky. No cree en las acusaciones contra su marido. Y eso que sabemos que la pareja Strauss-Kahn/ Sinclair ha tenido problemas porque las infidelidades de él han sido públicas.
Strauss-Kahn, por cierto, salió de la cárcel tras pagar una fianza de un millón de dólares. Como sea será vigilado.
Ahora, ¿cuál fue la reacción de los franceses ante esto? Sorprendente: el político, según el diario Le Monde, tiene exactamente la misma aceptación a nivel electoral que antes del escándalo. Los números de su partido, del cual no es el único candidato, permanecen intactos. Y más aún: existen versiones populares de que todo esto no es más que un “complot de Estados Unidos”.
Ahora pasemos a Estados Unidos y situémonos en 2004. En un caso escandaloso, pero opuesto en el sentido de que fue una relación consensual: ya a toro muy pasado, tras casi perder la Presidencia en 1998, Bill Clinton confesó en el programa 60 minutos la razón de su affaire con Monica Lewinsky. Y su respuesta es muy interesante: “Creo que hice algo por la peor razón posible: porque podía”.
Clinton tuvo una relación sólo porque podía; porque el poder se lo permitía, se lo puso en bandeja de plata. Lo que me lleva a relacionarlo directamente con otra frase de un conocidísimo e influyente político también estadounidense famoso por este dicho: “El poder es el máximo afrodisíaco”. Lo dijo Henry Kissinger, secretario de Estado de Richard Nixon y Gerarld Ford, que no era precisamente el hombre más guapo del mundo… pero que tenía mucho pegue con las mujeres.
El poder y su relación con el sexo es algo que poco se ha investigado. Perteneciente a la esfera de lo privado, lo interesante es preguntar si la exposición pública y el acceso a una posición de poder hacen a un hombre -¿o a una mujer?—más atractivo sexualmente y más dispuesto a tener relaciones sexuales sólo “porque puede”. Se trata de la forma en que esto influye en la psique del hombre o mujer poderosa, por un lado, pero también a nivel social.
¿Serán los políticos más sexosos que nosotros los simples mortales? ¿O sólo es que están más expuestos al escrutinio público? ¿Los y las mexicanas los encontramos más sexys por tener poder?
Queda claro que cada sociedad ante un escándalo así –incluso uno que pudiera ser un delito—reacciona diferente. Los mexicanos, ¿cómo reaccionaríamos en caso de que un candidato presidencial se viera envuelto, valga la expresión, en un escándalo sexual que lo desnude por completo?
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