Donald Trump fue elegido el martes como el 45.º presidente de Estados Unidos en lo que fue la asombrosa culminación de una campaña explosiva, errática y llena de agravios contra las instituciones y los ideales tradicionales de la democracia estadounidense.
El resultado electoral desafió las últimas encuestas que mostraban a Hillary Clinton con un liderazgo modesto pero persistente y provocó reacciones instantáneas en todo el país y el mundo, donde los escépticos habían observado con alarma la campaña presidencial del abanderado republicano.
El triunfo de Trump, de 70 años, provocó pánico financiero y una inestabilidad inmediata entre los aliados internacionales de Estados Unidos.
Las propuestas de Trump parecen desafiar a la constitución estadounidense, como la restricción del ingreso de musulmanes a Estados Unidos. También amenazó a sus opositores con un celo autoritario y prometió demandas contra los medios que lo criticaban y las mujeres que lo acusaron de agresión sexual. En muchas ocasiones simplemente mintió.
Pero Trump creó una sólida base de simpatizantes al fusionar su discurso radical de identidad con el populismo económico que hizo eco profundamente en las zonas trabajadoras, en su mayoría de raza blanca, que se sienten excluidos de la recuperación económica en Estados Unidos.
Sus eventos electorales rabiosos, racistas, con una pesada retórica nacionalista se convirtieron en el crisol de un movimiento político que diariamente prometía una victoria arrolladora en las elecciones y que insistía en que la maquinaria política del país estaba “confabulada” contra Trump y sus simpatizantes.
Una derrota para la dinastía Clinton
Para Clinton, la derrota marcó el asombroso final de una dinastía que ha protagonizado la política demócrata durante una generación. Ocho años después de perder ante Barack Obama en las primarias demócratas y 16 años después de salir de la Casa Blanca para convertirse en senadora de Estados Unidos Clinton parecía destinada a la consagración presidencial.
La campaña de la demócrata tuvo el apoyo del carismático presidente saliente y de su esposa, Michelle Obama.
Clinton se comprometió a mantener programas emblemáticos como el Obamacare, elevar los salarios de las familias trabajadoras y lograr que las universidades sean más accesibles para los estudiantes. Sin embargo, en los últimos meses, los partidarios de Clinton tomaron las elecciones como una oportunidad histórica para elevar a una mujer al cargo más importante de la nación y repudiar a un hombre cuyo comportamiento hacia las mujeres centró gran parte de la campaña.
La incertidumbre abunda cuando se habla de la presidencia de Trump. Su campaña estuvo llena de una lista de propuestas políticas que a menudo parecía mutar cada hora.
Incluso el ingreso de Trump al Partido Republicano fue bastante tardío en su carrera, lo que entre los políticos profesionales causa desconfianza sobre sus convicciones. Sus enredos en los negocios también lo seguirán a la Oficina Oval porque plantean muchas preguntas sobre potenciales conflictos de interés. Su negativa a publicar sus declaraciones de impuestos han generado dudas sobre el registro, las relaciones y los intereses financieros del nuevo presidente.
Trump prestará juramento el 20 de enero.
Una campaña intensa y radical
Los dos candidatos hicieron campaña en un momento de ansiedad nacional en torno al terrorismo islámico, mientras surgían brotes de violencia en Estados Unidos y el extranjero que interrumpieron la contienda y avivaron el temor de que ni siquiera los niños estaban a salvo. Muchos electores se sentían frustrados porque la economía mejoraba continuamente, pero eso no los beneficiaba. La tasa de desempleo bajó a 4,9 por ciento y en algunas zonas metropolitanas llegaron a faltar trabajadores porque abundaban los empleos.
Sin embargo, las diferencias personales fueron el tema dominante. La campaña se convirtió en un referendo sobre el carácter de los candidatos y una prueba de fuego para valorar cómo los electores definen la identidad estadounidense mientras el país cambia rápidamente.
Clinton se alejó de la prudencia política que imperó en la presidencia de su esposo y adoptó las ideas preferidas por los segmentos demográficos en ascenso que impulsaron dos elecciones de Obama: mujeres, personas homosexuales y millennials. Trump hizo campaña sobre una plataforma de restauración; juró que trabajaría para que volviera la grandeza de Estados Unidos, y revertiría los desafíos económicos generados por la globalización. Se enfocó en los votantes blancos y llenó su discurso de alusiones raciales, algo que no se había visto en la política presidencial moderna.
Trump se convirtió en el abanderado más detestado entre algunos sectores por la forma abusiva y burda con la que trata a las mujeres, su discurso crudo y demagógico hacia las minorías, y las burlas dirigidas hacia un grupo de electores que eran sagrados: los prisioneros de guerra, personas con discapacidad y padres de soldados condecorados.
El próximo presidente electo enfrentará las exigencias de un país fracturado. El ganador será desafiado por sus oponentes dentro de los principales partidos, así como por un electorado que anhela una economía más fuerte y un país más seguro, pero que también está profundamente polarizado en cuanto al papel del gobierno y el significado de ser estadounidense.
Trump heredará un Partido Republicano profundamente dividido por su candidatura. Al dirigir una campaña que se parecía más al nacionalismo europeo que al conservadurismo estadounidense, Trump alejó a grandes líderes de su partido y pocos políticos de alto perfil estuvieron a su lado hacia el final de la campaña. Es probable que los demócratas estén más unidos en su contra que contra cualquier otro presidente de la modernidad pues, más que un líder de la oposición, lo consideran una amenaza al país. Si intenta imponer medidas represivas a algunos grupos minoritarios contra los que hizo campaña, sobre todo musulmanes e hispanos, provocará una feroz resistencia por parte de los demócratas pero también entre muchos republicanos.
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