NUEVA YORK. La plataforma Grandes Medios , con sede en Inglaterra, califica el caso de la bailarina dominicana Niurka Berenice Guzmán Reyes, quien aparentemente sufrió un ataque de catalepsia en su natal Bonao en junio de 2011 y fue enterrada viva por desconocimiento de su madre y otros familiares, entre los más espeluznantes desde 1891.
Junto a ella, la plataforma que dedica un importante porcentaje de su espacio a difundir noticias espectaculares, pero reales, sitúa también las muertes similares de la argentina Rufina Cambaceres, quien murió en 1902 y la estadounidense Octavia Smith Hatcher, fallecida en 1891, como las tres mujeres que fueron sepultadas en cada una de sus épocas, estando todavía vivas.
La tercera cayó en un coma largo y profundo, después de haber sido atacada por la mosca “tse –tse”, transmisora de un virus desconocido hasta ese momento.
La dominicana fue hallada aparentemente muerta en su dormitorio, pero el médico “legista” o forense, de Bonao, antes de enviar el cadáver al peritaje profundo correspondiente certificó que ella falleció de un infarto masivo.
Tenía 23 años de edad y era integrante del grupo de baile de la Plaza de la Cultura.
Días posteriores a su entierro en el cementerio municipal de Bonao, una de sus compañeras de baile presintió que Niurka estaba viva e insistió en que se revisara la tumba y se chequeara el cuerpo.
Logró que la madre consiguiera la autorización para exhumar los restos y el resultado fue asombroso: Niurka había muerto en su propia tumba después de ser enterrada viva y de asfixia dentro del ataúd.
La información impactó no sólo a toda la República Dominicana, sino también en muchos países.
Los bonaenses fueron estremecidos por el hallazgo.
La exhumación se hizo el 12 de julio de 2011 por órdenes de las autoridades de turno.
La madre Andrea Reyes, acompañada de amigos y familiares, acudió al cementerio, donde cientos de personas se aglutinaron para presenciar como sacaron del nicho el ataúd, y confirmaron que Niurka estaba muerta, pero que presentaba evidentes signos de asfixia.
Reyes está convencida de que a su hija la enterraron viva tras sufrir un ataque de catalepsia.
“A mi hija me la enterraron viva, yo estoy convencida de eso”, dijo la madre de la bailarina a medios nacionales.
Aunque la mayoría de casos iguales ocurridos en la República Dominicana no han sido documentados ni tan difundidos.
Se recuerda el caso de un prestamista del barrio Villa Juana en Santo Domingo, en la década de los sesentas, que pidió que cuando muriera lo enterraran con el puñal que siempre carga, y que tenía el mango o la empuñadura escarchada en oro.
El vigilante de turno del Cementerio Nacional en la avenida Máximo Gómez, cercano a la casa del muerto, escuchó persistentes ruidos la noche del mismo día en que fue enterrado, pero se atemorizó y decidió revisar al día siguiente.
Con la luz del sol y cuando el funcionario del camposanto y autoridades municipales acudieron a la tumba y abrieron el ataúd, el prestamista yacía con una puñalada en el corazón, que se había auto infligido, probablemente por la desesperación de no morir asfixiado.
La reseña, también conmocionó a toda la ciudad, pero el caso del hombre nunca recibió la cobertura de los que se han reseñado.
Las otras muertes destacadas
Octavia Smith Hatcher fue declarada muerta en 1891 de una rara enfermedad que azotó el condado de Pikeville, en Estados Unidos.
Los enfermos terminaban cayendo en un coma profundo, que después se supo que era causado por una transmisión de la mosca tse-tse.
Ella fue la primera en ser afectada por el raro cuadro clínico y los médicos de la población la declararon muerta. Cuando su esposo ordenó la exhumación de su cuerpo, se encontró con una escalofriante escena.
Las manos desgarradas de la mujer de tanto rasguñar el cajón para intentar salir, y un perturbador gesto de horror que podía observarse en su rostro.
La argentina Rufina Cambaceres fue declarada muerta a principios de siglo, el día en que cumplía 19 años.
La joven fue encontrada sin vida en su dormitorio.
Según cuentan los relatos de la época (1902), la noche siguiente a su entierro, el guardián del cementerio escuchó ruidos que provenían de su lápida.
Al llegar al sitio encontró a la mujer en el suelo con el rostro envuelto en sangre.
Supuestamente Rufina había despertado de su catatonia dentro del ataúd, y a pesar de haber podido escapar, murió a causa de un infarto minutos después.
En medio de su tragedia, conmocionada por el terror, con sus propias manos se desfiguró el rostro.
No hay comentarios:
Publicar un comentario