En la crianza de los adolescentes, los conflictos vienen incluidos en el paquete. Cada vez hay más investigaciones que sugieren que en realidad esto puede ser algo bueno. La manera como se manejan los desacuerdos en casa da forma tanto a la salud mental del adolescente como a la calidad general de la relación entre este y sus padres. No solo eso, sino que la naturaleza de los pleitos familiares también puede determinar cómo los adolescentes manejan sus relaciones fuera de casa.
Al observar la forma en que los adolescentes lidian con los pleitos, los expertos han identificado cuatro estilos diferentes: atacar, retirarse, obedecer o solucionar el problema.
Los adolescentes que se inclinan por cualquiera de las dos primeras (aumentar las peleas o negarse tercamente a tenerlas) son los más propensos a deprimirse, estar ansiosos y delinquir. Incluso aquellos que toman el tercer camino y obedecen, simplemente cediendo a los deseos de sus padres, presentan altas tasas de trastornos del estado de ánimo. Es más: los adolescentes que no pueden resolver una discusión en casa tienen la misma dificultad en su vida amorosa y con sus amistades.
En contraste, los adolescentes que utilizan la resolución de problemas para enfrentar los pleitos con sus padres presentan un cuadro muy distinto: tienden a gozar de una salud psicológica más sólida y relaciones felices dondequiera que vayan, dos resultados que ocuparían los primeros lugares de la lista de deseos de cualquier padre.
Así que, ¿cómo podemos criar adolescentes que consideren los desacuerdos como retos que hay que resolver?
Investigaciones nuevas y convincentes sugieren que los conflictos constructivos entre padres y adolescentes dependen de la disposición de los adolescentes a ver más allá de su propia perspectiva. En otras palabras: las buenas peleas suceden cuando los adolescentes consideran los argumentos de ambos bandos, y las malas cuando no lo hacen.
De manera oportuna, la capacidad intelectual de considerar distintas perspectivas florece en la adolescencia. Mientras que los niños carecen de la capacidad neurológica para entender por completo el punto de vista de alguien más; la adolescencia desencadena un desarrollo rápido en partes del cerebro asociadas con el pensamiento abstracto. Esto lleva a incrementos drásticos en la capacidad de considerar las situaciones desde puntos de vista encontrados. También hay pruebas de que los padres pueden sacar provecho de la neurobiología en evolución de sus adolescentes al ser buenos modelos en cuanto a tomar la perspectiva de otra persona. Los adultos dispuestos a ponerse en los zapatos mentales de sus adolescentes tienden a criar adolescentes que les devuelven el favor.
Sin embargo, los hallazgos de las investigaciones casi nunca se trasladan limpiamente a la realidad de la vida familiar. Los conflictos generan enojo, y solo podemos considerar el punto de vista de otro si tenemos la cabeza fría. Imagina a un adolescente que anuncia su plan de pasar la noche del sábado con un antiguo amigo conocido por algún delito grave. Cualquier padre razonable le diría: “¡Claro que no!”, y con eso provocaría un estallido, una retirada o una sumisión triste en un adolescente de desarrollo normal.
Una interacción que acabe allí es una oportunidad perdida. Pero los malos comienzos pueden rescatarse si permitimos que las primeras reacciones den pie a las segundas. Un padre en esta situación podría encontrar pronto una manera de decir: “Lamento que esto haya sido así. Necesito que me ayudes a entender por qué quieres pasar tiempo con Miguel si ni siquiera te cae tan bien. ¿Podrías explicarme por qué me inquieta tanto la idea de que te lleves con él?”.
Ningún padre ni ningún adolescente puede, ni necesita, convertir cada pleito en una consideración reflexiva de opiniones opuestas. Algunas familias caen en batallas tóxicas que van mucho más allá de los conflictos inherentes a la crianza de los adolescentes. Aun así, el grueso de las investigaciones sugiere que los desacuerdos comunes y corrientes ofrecen la oportunidad de ayudar a los jóvenes a entenderse mejor a sí mismos y a los demás, lo cual desarrolla en ellos la habilidad, que durará toda la vida, de encontrar un espacio para la cortesía en medio de la discordia.
Ningún padre desea pelear con su hijo o hija adolescente. Pero las fricciones inherentes a la crianza de los adolescentes pueden aceptarse mejor cuando las vemos como una puerta y no como un obstáculo.
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