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jueves, 4 de julio de 2019

Robert Puasón: De pedir en semáforos a millonario del béisbol



Robert Puasón disfruta de un gran presente, le augura un futuro promisorio, pero el llanto lo deja al desnudo cuando le corresponde recordar las penurias que junto a su familia vivió en un pasado desgarrador, marcado por la pobreza extrema en el Batey Peligro, de Guaymate.
Hasta hace unas semanas la indigencia golpeaba con rudeza a los Puasón-Pérez. El padre, Rosendo, era un obrero de fincas y los cañaverales en el Central Romana. La madre, Luisa, salía desde bien temprano a vender artículos, en una mano llevaba dulces y maní y en la otra botellas de gas, por todo el batey que comprende 93 casitas y los caminos vecinales que bordean los campos cañeros.
Su hermana mayor, Katherine, nació sordomuda y Robert es el segundo integrante de una familia de cuatro hijos, que bien pudieron ser cinco, pero hace nueve años, su madre perdió una criatura a los escasos días de haber nacido.
El desde hace un par de días acaudalado novato, tras su firma de 5.1 millones de dólares con los Atléticos de Oakland, en su niñez buscaba agua, hacia mandados y botaba basura por paga, hasta pedía dinero en los semáforos, todo con el objetivo de ayudar en algo en la casa, pues como sus padres estaban en las calles buscando el dinerito de la casa, sus dos hermanitos pequeños, Carolin (hoy 13 años) y Roger (11 años) estaban bajo su custodia y era a él a quienes les gritaban hambre.
“No tenía inconveniente, hasta pasaba varias horas pidiendo en los semáforos, hablaba con un amigo que trabajaba en un colmado para que me fiara algo de comer, en la mayoría de los casos no le pagaba, pero era una forma de conseguir algo con que alimentar a mis dos hermanos”, sostiene Robert entre lágrimas al recordar esos momentos amargos en que la miseria le tumbaba el pulso a una familia, que aunque sucumbía en la lona no se daba por vencida.
Comer harina y comprar fundas de pan era el principal sustento de una familia que en muchas ocasiones no tenían nada conque alimentarse y el hoy bien bonificado torpedero con frecuencia ingeniabas para llevar algo de alimentos a sus dos hermanos pequeños, pues la mayor de la familia permanecía más tiempo en la casa de sus abuelos.
“Fueron bien difícil los tiempos que pasamos, la vida nos golpeó muy fuerte, pero siempre nos encomendamos a Dios para que algún día nos iluminara y aunque pasamos todas las penurias posibles, finalmente él pudo recompensarnos”, señala Carlos a quien apodan Rosendo y quien a los pocos minutos de la entrevista con Listín Diario irrumpió en lágrimas tras recordar los momentos de miseria en que se desarrolló la familia.
Era tanta la estrechez económica que cuando Robert tenía que asistir a un viaje de la Liga de béisbol en que jugaba, este hecho provocaba un descuadre en el sustento en la familia y de hecho el aún niño solo asistía al 50 por ciento de los encuentros de béisbol que la liga de béisbol donde jugaba tenía programado en otras ciudades.
“Pedir bolas”, caminar largos kilómetros para llegar al trabajo era bien frecuente para los padres del hoy firmado pelotero, quien en ocasiones se topaba con sus progenitores en la carretera esperando por un buen samaritano que los transportara hacia el trabajo, esto cuando su madre encontró un pequeño trabajo en la zona franca.
Solo comían carnes algunos sábados cuando a Luisa le regalaban una funda de pollo en la compañía. Cocinaban en leña en un fogón elaborado con dos gorras viejas de camiones, mientras que los cuatro hermanos se las ingeniaban para dormir todos en una camita pequeña.
“Aún recuerdo esos días en que tenía mi mesa para cocinar en la parte de afuera de la casa”, recuerda Luisa sobre su pequeño hogar de una sola habitación y presentó al Listín Diario el fogón improvisado que aún existe en la mayoría de las casas, en que las estufas son pocos conocidas.
A pesar de las penurias Robert jugaba en la Liga de béisbol que regenteaba Giriel Martínez y solo le pedía a Dios para que lo dejara desarrollarse y convertirse en un bien jugador de béisbol. 11 años vivieron en las pequeñas casas de madera en el Batey Peligro, más adelante se mudaron a otro lugar, pero fueron desalojados, pues no podían pagar el alquiler de 2 mil pesos mensuales.

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